Una de las preguntas que solemos hacernos a la hora de escribir un cuento, especialmente cuando comenzamos en el oficio, es ¿de dónde parto? He escuchado (y leído) distintas opiniones de cuentistas consagrados al respecto. Hay quienes parten de una imagen, otros de un personaje, algunos de una sensación o de una frase escuchada al pasar. Los orígenes son tan variados como los escritores mismos. No hay consenso, ni debería haberlo porque cada persona que escribe, lo que la impulsa, lo que le dispara una idea, es bien distinto del resto. Y en eso radica la belleza, la magia de la escritura.
Pero la cosa no se queda ahí. Las siguientes preguntas que surgen van desde ¿cómo seguir? a ¿cómo se construye el cuento? o ¿qué piezas clave tengo que encastrar para que su estructura fluya, para que no sea un cuentito sino un cuentazo? Por eso, creo que es fundamental conocer lo que los maestros de la escritura han compartido sobre sus procesos. No para tomarlos como una receta, aclaro, sino como un modo de indagar los mecanismos que han usado para construir sus historias.
De ahí que hoy retome, como una noción de oficio y una sugerencia para quienes incursionan en la escritura, un texto que me parece indispensable leer: «La filosofía de la composición», de Edgar Allan Poe que, aunque está basado en la descripción progresiva de la composición de «El cuervo», su poema más famoso, lo que expresa bien podría aplicar a un cuento. Algo que, de hecho, el mismo autor menciona en su desarrollo.
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