Ángel

Por Maumy G.

Cuento inédito en papel. Escrito originalmente, como ejercicio literario, para el blog No será mucho, donde fue publicado en diciembre de 2016. Conté algo sobre la consigna que lo originó en La Aquateca. Lo publico en este espacio con algunos ajustes posteriores. Puedes leer la versión en inglés, bajo el título «Angel», en Medium.

Enciende la linterna y el haz de luz ilumina el espacio entre los autos. No hay nadie ahí. Vuelve a escuchar el susurro de los pasos, esta vez detrás de él. Se le eriza la nuca. Sabe que ella, la nena, danza en puntas de pie como cada noche por el estacionamiento. Nunca la ha mirado a los ojos. Los adivina, apenas, bajo el flequillo. Sí ha logrado distinguir con claridad su silueta: el cuerpito embutido en la malla rosa pálido, el cabello casi blanco balanceándose por encima de sus hombros, los labios también rosa, sus dientes diminutos. Algunas veces hasta la ha escuchado reír. Como mucho, debe tener diez años. No termina de comprender por qué se le aparece justo a él y no al otro cuidador. Ya le preguntó y el tipo se limitó a decirle que dejara de inventar gansadas.

Gira y la nena se mueve, el susurro avanza hasta un punto a su izquierda. Al principio pensó que era un ángel. Pero sabe que no lo es. Lo comprobó como comprueba la mayoría de las cosas: por empirismo. Una noche logró acercarse lo suficiente como para tocarla, pero se contuvo. El contraste entre sus dedos curtidos y la piel casi transparente de la nena lo cohibió. Sin embargo, bastó ese ligero gesto para que ella lo atacara. Creyó que le sacaría los ojos. No fue un ataque real sino una sacudida, un ventarrón que lo obligó a dar un paso atrás y cubrirse instintivamente la cara con los brazos. Igual, la nena lo lastimó. No supo cómo, ni con qué, pero le hizo un tajo en el pómulo.

Se toca la cicatriz. Ningún ángel habría hecho eso. Además, la nena no tiene alas. Es como un espectro burlón. Mientras la observe de lejos no hay problema.

Suele presentirla. Su aparición le produce una descarga eléctrica, como una corriente estática. Sabe que está aunque no pueda verla. Si la ignora, es ella quien se le acerca. La noche anterior, incluso lo rozó con su mano efímera mientras danzaba de un lado a otro siguiendo una melodía inexistente. Él no se movió. La dejó hacer, mientras pensaba que, de haber tenido hijos, le habría gustado que fueran como ella: capaces de defenderse como un gato callejero.

Apaga la linterna. Sigue sus movimientos con el oído. Hoy no ha escuchado su risa. No importa. Prefiere al menos eso: el susurro de su danza, saber que está ahí. Tiene la sensación de que si llega a iluminarla de frente la enojaría y prefiere no desafiarla. Tal vez mañana, tal vez la siguiente noche, lo deje mirarla a los ojos.

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Publicado por Maumy G.

Escritora e ilustradora. Candela de verano, según mi padre. Lo demás depende del contexto.

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